Espiritismo Venezolano y sus Cortes
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Espiritismo y Catolicismo: Cielo, Purgatorio e Infierno

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Espiritismo y Catolicismo: Cielo, Purgatorio e Infierno

Mensaje por Alianza Naiguatá el Mar Ene 10, 2017 8:10 pm

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Pese a la polémica existente hoy día en el seno espirita con relación al florecimiento de un espiritismo más orientado hacia la religión y el servicio al prójimo de lo que volcado al estudio empírico del fenómeno, me atrevo a colocar a continuación, la opinión (podría decir esclarecimiento) de Ramatís con respecto al interrogatorio que se le hizo con respecto a la finalidad y misión que tiene el espiritismo (doctrina kardeciana) desde su aparición y sincretización interreligiosa.
 
Aclaración: lo que leerá a continuación no es un determinante de directriz para la doctrina espirita (aclaratoria que hago a los espiritas ortodoxos decantados por la pureza doctrinaria) y puede tomarse como una opinión. No se admiten en el presente tema conductas proselitistas y sectarias orientadas a la difamación de este u otro autor de libros espiritas ni agresiones ideológicas dirigidas hacia adeptos de otras ideologías.

ESPIRITISMO Y CATOLICISMO
CIELO, PURGATORIO E INFIERNO
 
Pregunta: Sin embargo, algunos católicos dicen que los hombres pecadores, quedan exceptuados de cualquier respon­sabilidad o punición, después de la muerte, pues la doctrina espirita niega el Cielo y el Infierno.  ¿Cuál es vuestra opinión?
Ramatís: Conforme al mensaje mediúmnico de nuestro com­pañero Atanagildo, y que ahora recordaremos algunos trechos de su composición original, el infierno teológico es un producto legendario y tradicional, creado por la fantasía de los pueblos hebreos. Escogieron lo mejor del mundo para formar un esce­nario agradable, que denominaron el cielo, y tomaron lo que encontraron de más cruel sobre la tierra, para imaginar el in­fierno, con su temible Satanás.
 
Mientras las religiones católicas y protestantes consideran el infierno un lugar pródigo en azufre y fuego, preparado adrede para el sufrimiento eterno de las almas pecadoras, el Espiritismo explica lo mismo, por los estados de sufrimientos, pavor, miedo y remordimiento, propio de los espíritus errados, que sufren en sí mismos las puniciones infernales. Pero, el sufrimiento eterno, conforme al molde católico y como un castigo de Dios, está mejor explicado por el Espiritismo bajo la expurgación moral de los venenos psíquicos adheridos al periespíritu de los fa­llecidos. Es una saludable higienización del alma impura y de un proceso sideral, para acondicionarlo en el cielo.
 
Los católicos y protestantes también creen en el purgatorio, especie de antecámara entre el cielo y el infierno, de la cual las almas sólo se liberan, después de purgar sus pecados me­nores. El Espiritismo, también admite la idea del purgatorio, pero en el saludable concepto de que las almas expelen sus impurezas periespirituales durante la vida física o en los pan­tanos y charcos del astral inferior. Los espíritus pecadores ex­purgan la escoria de su periespíritu hacia la carne, a través de existencias sucesivas y el saldo deletéreo restante, lo drenan, definitivamente, en las regiones lodosas del bajo astral.
 
Mientras el Catolicismo admite el infierno y el purgatorio como castigo y sufrimiento para el pecador, el Espiritismo ad­mite el sufrimiento y la purgación como procesos de "limpieza" y reajuste periespiritual. En la concepción espirita, el hombre crea su propio estado infernal y el necesario purgatorio para eliminar sus impurezas; en la tradición católica, Dios es el autor del infierno para ajusticiar a sus hijos pecadores. En conse­cuencia, a pesar de que la doctrina espirita niega el cielo y el infierno, como lugares de expiación, sin embargo, los espíritus errados no dejan de sufrir las condiciones disciplinarias de sus actos condenables. La superioridad de la tesis espirita, sobre la católica, es que no existe "punición divina", sino, "rectificación espiritual".
 
Pregunta: ¿Qué explicación nos podríais dar sobre el In­fierno descrito por el Catolicismo, dado que para el espirita no existe?   Y, ¿cómo nació esa concepción infernal?
Ramatís: La concepción del Infierno, en verdad, está basada en el sufrimiento de los espíritus que desentuman, alucina­dos por causa de sus crímenes o procederes pecaminosos sobre su existencia terrena. Dejan el cuerpo físico con el periespíritu sobrecargado de magnetismo tan denso e inferior, que caen es­pecíficamente en los charcos purgatoriales del astral inferior, atraídos por la fuerza de la ley "de los semejantes atraen a los semejantes". Sufren intensamente, como si todavía estuvieran ligados al sistema nervioso del organismo físico. Les quema la piel periespiritual, produciéndoles la sensación ardiente del fue­go, cuyo líquido viscoso y adherente, de los pantanos astralinos, se infiltra como agua hirviendo en las carnes, del hombre en­carnado. Por eso, nació y creció en lo íntimo del ser humano la idea del infierno, lleno de braseros, calderos de agua y de cera hirviendo, alimentados por un fuego indestructible. Así como el placer hace pasar el tiempo fácilmente, el sufrimiento del espíritu parece eterno, por eso, los pecadores, en el más allá, se juzgan eternamente condenados al fuego infernal.
 
Pregunta: Sin embargo, los católicos insisten que el infierno fue creado por Dios, hacia donde fueron desterrados los ángeles rebeldes.   ¿Qué opináis?
Ramatís: Dios no creó ningún infierno especial para cas­tigar a sus hijos pecadores, puesto que sería incompatible con su sabiduría y magnanimidad divina. La idea se generó en el cerebro humano por fuerza de los sufrimientos del espíritu, en sus peregrinajes de rectificación por el Espacio. El infierno teo­lógico, representado en los antiguos grabados hebreos, es el producto legendario y tradicional, creado por la fantasía de los hombres. Obedeciendo al condicionamiento de la vida humana, los sacerdotes crearon el cielo para estimular las virtudes y el infierno para reducir los pecados. La belleza, bondad y pureza humana servirían para ejemplificar la figura atrayente del ángel, mientras que la maldad, la perfidia, sadismo y furia humana son los atributos atemorizantes de Satanás. El ángel es lo mejor que se pueda imaginar del hombre y el diablo todo lo peor.
 
Sin embargo, los teólogos se olvidaron de mejorar el cielo y el infierno a medida que la humanidad evolucionaba a través de los descubrimientos científicos y realizaciones artísticas. En consecuencia, el paraíso teológico, hoy, todavía presenta las mismas emociones y placeres mediocres, conocidos hace mile­nios; y el infierno continúa con los mismos castigos anacrónicos y el escenario medieval, que la gente pudo haber imaginado en aquella época.
 
En realidad, el Diablo no deja de ser, más que un producto mórbido de la imaginación humana. Por otra parte, al hombre le es muy difícil pintar un Diablo peor de lo que es él mismo, pues la historia terrena es pródiga de atrocidades, crímenes, tor­pezas, impiedades y venganzas, que ultrapasan la imaginación estrecha de cualquier Lucifer. Evidentemente, que él no ten­dría capacidad para llevar a cabo cometidos tan devastadores y horribles como los efectuados por las cruzadas de la edad media, donde se despedazaban vivos a los "infieles", millares de católicos apuñalaban a los protestantes por orden de Catalina de Médicis, los sacerdotes quemaban herejes y judíos en las hogueras de la Santa Inquisición. Incursionando en otras eda­des, observamos la matanza de los cristianos en los circos roma­nos, además, transformarlos en antorchas vivas, para iluminar las orgías imperiales. Gengis Kan hacía pirámides con las ca­bezas cortadas al enemigo; Atila, el "flagelo de Dios", arrasaba ciudades indefensas, mezclando la sangre humana con el fuego; acullá, en China, practicaban matanzas monstruosas; en Turquía, se enterraban vivos a los condenados; en la India, clavaban vivos en palos puntiagudos a los infelices. Finalmente, en la última guerra, los nazistas asesinaron millones de judíos en las cámaras de gases o los fusilaban en masas. Y, el pobre Diablo mitológico, hubiera quedado entristecido, ante la volup­tuosidad y sadismo del hombre del siglo XX, que con sólo apretar un botón, arrojó la bomba atómica y transformó en gelatina hirviente a 120.000 criaturas que respiraban oxígeno y hacían planes de ventura.
 
Por consiguiente, el Diablo, en la actualidad, es una figura de poca importancia y bastante superada por el maquiavelis­mo de los hombres, que lo vencieron en la maldad, hipocresía, lujuria, avaricia y deshonestidad.
 
Pregunta: ¿Consideráis que es perjudicial la idea del in­fierno, conforme predican las sectas religiosas?
Ramatís: Creemos que ya es hora, que el sacerdocio cató­lico y las comunidades protestantes esclarezcan las mentes de los hombres, haciéndoles comprender que Dios no es ningún bárbaro e impiadoso, y que no castiga eternamente a sus hijos. En virtud que son muy pocas las almas que parten de la tierra, gozando de felicidad, la mayoría se sienten despavoridas al enfrentarse con las sombras de ultratumba, aprisionadas en sus propias creaciones mentales, en lo que respecta a las llamas del infierno y las garras de Satanás. Es un estado indescriptible de desesperación que imposibilita al desencarnante para coordi­nar sus fuerzas mentales e inmunizarse contra ciertos factores a través de la bendecida oración. Jamás podréis valuar el daño que infringe a las almas tímidas, la convicción íntima del castigo eterno, sin esperanzas de salvación futura, mientras que la mayoría todavía palpitan en las imágenes del hogar amigo, que dejó en la tierra. Eso causa pavores y desesperaciones tan intensas, que son fuertísimos obstáculos para los espíritus bene­factores, encargados de atenuar ese tipo de matriz mórbida, pro­fundamente grabadas en el campo mental de esas pobres y desventuradas almas. La eternidad del infierno, con su histérico Satán, plastifica en los fieles, los cuadros tenebrosos y enfermi­zos, que adquieren una fuerte vitalidad mental y torturan a las almas desesperadas después de la muerte corporal. Los espíritus que ayudan a esos gravosos desencarnantes, no pueden impedir los desastrosos estados que presentan esos seres, debido a la insensatez de los sacerdotes o líderes religiosos, al plasmar en sus mentes figuras atemorizantes.
 
Por eso, es más consolador el esclarecimiento que entrega la doctrina espirita, cuando afirma que existe un Padre amoroso, incapaz de castigar a sus hijos y mucho menos, hacerlos sufrir eternamente. Ese aspecto ayuda al desencarnante a recuperar sus fuerzas y esperanzas, ante la seguridad de liberarse del su­frimiento que su culpa le obliga a recoger. El Espiritismo enseña que el infierno es un cuento infantil, y el peor de los sufrimien­tos, sea en la tierra o en el espacio, es provisorio y jamás se pierde las esperanzas de una recuperación espiritual. Dios no creó a sus hijos, para luego castigarlos por la incapacidad de­mostrada por el desajuste con sus leyes.
 
De ahí la gran importancia que tiene el mensaje del Espi­ritismo, aclarando a los hombres sobre lo provisorio del mal y del sufrimiento, porqué eterna, sólo es la felicidad.
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[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] Este libro fue emitido en 1967, por ello la opinión de Ramatís se halla delimitada a la época en que todavía el Papa Pablo VI defendía el dogmatismo de la mitología Cristiana, luego le sucedió Juan Pablo I y II siendo este último quien renovó algunas ideas; Benedicto XVI intentó cumplir su deber defendiendo la doctrina católica mientras que la corrupción y problemas del Vaticano le causaron trastornos de salud y tuvo que retirarse por una afección cardiaca. El recién Papa Francisco, él se ha atrevido a derrumbar el literalismo con que se acogen las alegorías del clero católico, no por ello y venir tal afirmación de un Papa de que muchos de estos conceptos son alegóricos filosóficamente hablando, la feligresía se ha quedado contenta ante la remoción de pilares que desde la infancia traen arraigados al inconsciente, por lo que le han llamado anti-Papa, le han maldecido y hay un creciente desacato del propio laico que no respeta la figura del Papa nada más por atreverse a referir que Dios no es exclusividad del clero católico reconociendo la salvación fuera de la Iglesia e incluso fuera de la religión, que el cielo, purgatorio e infierno son alegorías al igual que Adán y Eva y otras afirmaciones que no han gustado. Ello refleja que, Francisco en su "revolución" ha tenido que ir tocando muy despacio la estructura de la comunidad católica aún muy inmadura para familiarizarse con la flexibilidad espiritualista, ya que, para la mayoría de los católicos las concepciones simples que resume un teólogo tras años de estudio sobre asuntos pertenecientes al Espíritu, es demasiado complejo, imaginen lo que signifique para un católico el salto radical de tener toda la iconografía, mitología, ritos, sacramentos, jerarquías y demás a no tener nada de eso, probablemente se sentirían perdidos. El año pasado incluso leí una oleada de católicos que preferían la guerra religiosa al ecumenismo tras haber dicho el Papa que la Biblia, el Corán y la Torá son nada más ni menos que libros en igualdad de condición sagrada y que traducen un mensaje divino proveniente de Dios; el comunicador de EWTN Alejandro Bermúdez le ha tocado en el papado de Francisco confrontar y desmentir cada historia inventada a diario para incentivar odio hacia Francisco y además, desmentir la masividad de páginas y medios "católicos" que se dedican a predicar contra Francisco. La Iglesia quiere renovarse, sin embargo, el laico se aferra brutalmente a los cimientos de su sistema de creencias rehusándose a realizar un proceso de aprendizaje y transición.

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«Aparte del Espíritu protector ¿está unido un mal Espíritu a cada individuo, con miras a incitarlo al mal y darle ocasión de luchar entre el bien y el mal? 
- "Unido" no es la palabra exacta. Bien es verdad que los malos Espíritus tratan de desviar del camino recto al hombre cuando se les presenta la oportunidad: pero si uno de ellos se apega a un individuo, lo hace por determinación propia, porque espera que el hombre le haga caso. Entonces se desarrolla una lucha entre el bueno y el malo, y la victoria corresponderá a aquel cuyo dominio el individuo entregue»
Libro de los Espíritus, cuestión 511.
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